“QUIERO DECIRTE QUE LO SIENTO MUCHO, COSA.
TE QUIERO.
TU PATATA”
Esto ha aparecido esta noche escrito en la acera del portal de casa.
Según sales del portal lo lees
al mismo tiempo que lo pisas. Pintado con spray verde fluorescente.
Me ha encantado.
Una declaración de amor en toda regla aunque sea en la acera.
Vale que soy una empedernida romántica, pero que en los tiempos que corren y con los graffitis cochinos que se escriben o que mentan a la madre de políticos, con insultos, palabrotas, faltas de ortografía …
si me tienen que enguarrinar la fachada o la acera, que sea con una declaración de amor.
Me parece precioso, la verdad.
Ahora hay un contubernio de vecinas intentando
saber quien es la “cosa” que tiene una “patata” tan amorosa. Lo sé porque me han preguntado a mí.
(Pfffffff ….. )
Yo he dicho
que no, que yo no tengo patata, pero que me daba mucha envidia y que ojalá la pintada fuera para mi. Qué orgullo decir a la gente que tienes una patata que te demuestra su amor de esa forma, no? Sin rubores, en todo el portal y ante toda la comunidad
de propietarios.
Lógicamente se deduce que tanto la “cosa” como la “patata” están inmersos en plena adolescencia, pero no deja de ser bonito ver esas muestras de amor tan infantiles
como cursis por las que todos hemos pasado y que hacen que recuerdes las mariposas en el estómago, los bailes lentos, las miradas, los mensajitos a través de amigos comunes… y todas esas cosas que con el paso de los años te parecen
tonterías pero que nos encanta recordar y sobre todo recordar cómo nos encantaron en el momento de vivirlas. Hay una sonrisa de generación espontánea que nunca puede evitarse cuando echamos la vista atrás y pensamos
en ellas.
Nos empeñamos en encasillar al amor en determinada edad o fase de la vida. Sobre todo estas manifestaciones. Lo asociamos a cosas como la
pintada de la “patata”, ir cogidos de la mano por la calle, poner cara de panda enamorado cuando miramos a quien queremos, verlo perfecto, guapo, inteligente… Pastelón todo ello, si, pero es que el amor es pastelón. Saca
de nosotros el lado más tierno, el más moñas, nos quita la coraza, nos vuelve niños, nos vuelve tontos y sobre todo, nos hace felices. Y la felicidad está por encima de quedar como un tontorro pintando te quieros a tu
novia en el suelo de un portal.
La felicidad no tiene edad y con lo que cuesta conseguirla no es para andarse con miramientos. Y las tonterías por amor tampoco deberían tenerla.
Entre una pintada reivindicativa o un aluvión de excrementos dedicado a la clase política, el que por encima de crisis y desesperaciones haya ilusión y declaraciones de amor, es clara señal del triunfo
de los sentimientos. Y esto es bueno, necesario, conmovedor y de prescripción facultativa.
OLE por la “cosa”, su “patata” y el sentimiento que comparten.
A mi la pintada me ha alegrado el día y me ha devuelto la fe.
Yo quiero una patata igual. Igual de tontorro y enamorado que me haga feliz con bobadas así.
Desde que vivo en un tercero con ventanas a la calle he soñado con alguien que me viniera a rondar. Qué bonito no? Como en la película “Un paseo por las nubes”. Que no hace falta que sea un actor de Hollywood el que
venga, no. Con que venga alguien me conformo y además luego le invito a merendar.
(A ser posible, que sea la ranchera “Si me llamas amor”, que es la misma de la peli y cursi a más
no poder. Pero es la que me gusta. Puestos a pedir con mariachi de tres guitarrones.)
Quitémonos prejuicios, la faja mental que nos oprime impulsos y sentimientos.
Olvidemos los ridículos por los que en el fondo todo el mundo ansía pasar y hacer porque a todos nos gusta saber que nos quieren y ver cómo nos lo demuestran. Y hagamos tonterías por amor.
Son
las mejores.
Por cierto, por si hubiera algún interesado en la cuestión, indico a continuación el enlace de la canción de la
ranchera. Por si se la quiere aprender.
(Soltera, con gato, trabajo, piso en propiedad)